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domingo, 28 de octubre de 2012

Errores de la prevención de adicciones (II)

Error 3: Rehuir los contenidos comprometidos y dar una información desajustada.

En algunos programas de prevención desarrollados por las instituciones, se ofrece un volumen de información muy importante sobre los efectos fisiológicos y las consecuencias negativas que tiene el consumo de diversas sustancias, desde los contenidos de alcohol por gramo de algunas bebidas, hasta los efectos que ciertos consumos tienen sobre los neurotransmisores en el cerebro. No deja de ser dudoso, cuando menos, que ese caudal de información -de la que una parte no es accesible para los adolescentes, por ser demasiado técnico-científica- tenga utilidad real a la hora de hacer prevención.

Lo primero que uno se plantea al leer este tipo de contenidos, es quién ha podido diseñar ese programa. Y no puede olvidarse que, por motivos que tienen que ver con luchas de poder y la preponderancia de unas u otras disciplinas sobre el campo de las adicciones, a día de hoy es el estamento médico el que ha acumulado un poder muy amplio sobre este ámbito. Prometo que de ese tema hablaremos otro día. En cuanto a lo que nos ocupa, probablemente, este tipo de contenidos han sido impuestos desde las disciplinas médicas, aún atrapadas en la simplicidad de que, con dar información, es suficiente para hacer prevención. Recuerdo, incluso, cómo en un espacio de formación con profesionales de diversas ramas del conocimiento, algún médico clamaba que el problema de la prevención era que no se les decía a los chavales que no había que consumir. Este es uno de los problemas de los que creen que lo curan todo con pastillas. Y en esto, lo siento, no hay botones automáticos: es una cuestión sumamente compleja, y como tal hay que tratarla.

Dejando aparte a los iluminados, este tipo de mentalidad arrastra otro problema aún más peligroso: se acaba hablando de lo que parece necesario, sin preguntar antes qué saben o no los adolescentes sobre la adicción, el consumo de sustancias, y otras actividades... Incluso, algunos programas llevan preparados una serie de "mitos" sobre las sustancias y sus efectos, convenientemente orientados hacia las consecuencias negativas del consumo. En este punto, cabría reflexionar cómo es posible que ciertos mitos prefabricados, veinte años después de trabajarse con unos cuantos miles de adolescentes, sigan presentes en el ideario común. Algo del mensaje debía ser incoherente o inconsistente. Y es curioso cómo no se tienen en cuenta otros que surgen.

Y, por supuesto, no se habla nada -y convendría admitirlo: la toma de decisiones implica que todo tiene su aspecto positivo- de los aspectos positivos del consumo. Y no hablo sólo de los efectos fisiológicos, también de los psicológicos y de los sociales, como la aceptación grupal. Si no se incluye también eso, por muy comprometido que sea abordarlo, cualquier programa seguirá cojo.

Error 4: Confundir el riesgo con el peligro y recurrir a las tácticas de miedo.

Al error anterior subyace, de manera lógica, el miedo. Miedo a meterse en un jardín dando información que parece que va en contra del objetivo, miedo a que lleguen a producirse conductas de riesgo, miedo a que los adolescentes pregunten lo que no sabemos, lo que no sabemos bien, o lo que sabemos y no queremos contar. Confundir el riesgo con el miedo es una de las dificultades que los adultos tenemos, a la hora de trabajar con adolescentes. Tenemos tan asumida su inconsciencia, su falta de previsión, que ya ponemos nosotros por delante todas las consecuencias negativas, no vaya a ser que no las piensen. Como si fueran tontos.

Pero aquí lo primero que hay clarificar es quién olvida y quién no el objetivo a alcanzar. Y conviene recordar que cualquier profesional que trabaje en esto tiene un objetivo básico: promover que los adolescentes no lleguen a desarrollar una adicción. El objetivo no fue nunca que no consuman drogas, que no utilicen Internet o que no mantengan relaciones sexuales. Bueno, quizá para algunos sí es ése el objetivo, pero por cuestiones religiosas y morales que no tienen que ver con la prevención, sino con otra cosa bien distinta.

Así, el propio miedo de los profesionales acaba infectando a muchos programas, desde su diseño hasta su implementación; y el fracaso va implícito en el proceso, siendo directamente proporcional al miedo con que se diseña, planifica, desarrolla y evalúa el programa. Cualquier iniciativa basada en el miedo está condenada a fracasar.

Cuando el miedo alcanza su máximo exponente es cuando se aplican lo que en el ámbito técnico se denominan las fear tactics, las tácticas del miedo: llevar a los chavales a una persona que ha pasado por el infierno de la adicción, que ha sufrido lo indecible por culpa de la dependencia, que les recomienda vivamente que no hagan lo que él hizo... Esos testimonios dramáticos que los adultos, en nuestra ingenuidad, pensamos que generarán en los adolescentes un rechazo visceral hacia las drogas. Nunca se nos ocurriría que pensaran: "a mí no me va a pasar eso, éste es un pringao", o "bueno, si él lo ha dejado, yo también podré cuando quiera", o "¿qué diablos tiene que ver la historia que me cuenta este tío con que yo me vaya a hacer botellón con los colegas?". Porque este tipo de actuaciones están muy desconectadas de la realidad cotidiana de los adolescentes. Aparte, y esto no es despreciable -ya se tratará en otra entrada lo de la evaluación-, de que este tipo de iniciativas tienen un efecto contrapreventivo en la mayoría de los casos, según diversos estudios.

Otro modelo de fear tactic es el de utilizar a las fuerzas del orden para informar sobre adicciones; esto, aparte de vincular la adicción a la ilegalidad, no parece ser apenas efectivo. El fracaso continuado del programa D.A.R.E. en Estados Unidos parece estar asociado a que los expertos que lo aplican sean, precisamente, policías. En general, parece más efectivo que la figura que haga este tipo de actuaciones con los adolescentes, sea un adulto de confianza, un modelo a seguir, alguien cercano, dialogante, abierto a sus planteamientos. Cada lector sabrá estimar hasta qué punto los policías se ajustan a este perfil. Al menos, estadísticamente...

viernes, 26 de octubre de 2012

Errores de la prevención de adicciones (I)

En las primeras entradas de este blog, se irán revisando, uno a uno, los diferentes errores que se cometen, por lo general, en la prevención de adicciones. Es un espacio abierto a la participación de quien quiera aportar ideas al respecto, discutir algunas de las planteadas y otras actividades que vayan surgiendo...

Error 1: Orientar la prevención de las adicciones desde la óptica de los problemas de drogodependencia.


El diseño de muchas actuaciones preventivas, la filosofía de los programas que se elaboran y la actitud de muchos profesionales que los aplican están contaminados de una visión muy particular: la de que la prevención se ha de hacer exclusivamente partiendo de la perspectiva que da el tratamiento de los problemas más graves asociados a esas conductas.

Es éste un primer error, que, por otra parte, está en la base de muchos otros. Las adicciones como tal pueden ser muy destructivas, y esto no parece muy discutible. Pero conviene no perder de vista que muchas personas consumen sustancias, juegan a videojuegos, se conectan a Internet, mantienen relaciones sexuales o se van de compras de manera puntual. Y que otros lo hacen de manera esporádica. Y que otros lo hacen de manera frecuente. Y que otros lo hacen de manera compulsiva. Y no parece muy inteligente elaborar programas de prevención pensando solamente en los últimos,  obviando que ese segmento de población diana representa apenas un 1% del total, cuando los programas de prevención universal, por ejemplo, se aplican al 100%.

Así que, el primer esfuerzo que tiene que hacer cualquier profesional que trate de desarrollar su trabajo en este ámbito es, precisamente, descontaminarse de la influencia que la imagen del yonqui o el cocainómano enzarpado tienen sobre su forma de desarrollar la tarea preventiva. Se hace necesario tratar el consumo de sustancias, el manejo de las nuevas tecnologías o las relaciones sexuales, por poner ejemplos de conductas potencialmente adictivas, como meras actividades, de una manera natural. Y poner el acento en la persona que las practica, qué necesidades cubre con esas actividades y de qué alternativas dispone para cubrirlas de otra manera, si fuera necesario.

Error 2. Asociar las adicciones con sustancias y no con comportamientos.

Es un hecho que el campo de las adicciones tiene su origen en el consumo de drogas. Pero el conocimiento que vamos teniendo del funcionamiento del cerebro nos está dejando claro que muchas de las reacciones químicas que en él se producen tienen que ver con actividades, conductas, prácticas, que no necesariamente pasan por introducir sustancias en el organismo.

Una actividad muy útil al hacer prevención tiene que ver, precisamente, con hacer perder a las sustancias ese aparente poder superior que tienen sobre las personas, una concepción errónea debida a procesos de personalización de un ser inerte ("la droga te mata"), fruto de una mentalidad ignorante y precientífica. Preguntar en una clase de adolescentes si las drogas son buenas o malas, y pedirles que se posicionen es toda una experiencia. Aunque, antes de hacer algo así, el propio profesional debería tener claro lo que él o ella piensa al respecto. Pero cuando, en la clase o en el grupo, se pasa a preguntar si una silla es buena o mala, se sorprenden y dan la respuesta adecuada: ni es buena ni mala, depende de cómo y para qué se utilice. Pues eso, no hay drogas buenas ni malas, mejores ni peores: las drogas son drogas. Lo que puede ser mejor o peor es el uso que se las de, y eso cae dentro de la responsabilidad de cada uno. Quizá este planteamiento haga perder el miedo a unos cuantos adolescentes, pero a cambio de que ganen en responsabilidad. Y eso se aplica a las sustancias, a los videojuegos, a la utilización de Internet o a otras conductas potencialmente adictivas. Se generaliza, y se queda puesto en el sujeto. Que, al final, es quien tendrá que ir tomando decisiones ante la posibilidad o no de llevar a cabo esos comportamientos. Y, en la medida en que tome decisiones responsables, no necesitará echar las culpas al empedrado...