Hacía tiempo que tenía pendiente
volver a retomar este blog, tristemente abandonado por las demandas inmediatas
de lo cotidiano y de lo otro, y quizá haya llegado el momento de rescatar cosas
que quedaron pendientes…
Por el momento, esta entrada está
dedicada a analizar en cascada tres asuntos bastante interconectados a partir
de tres artículos-obras que voy a comentar.
A raíz de una publicación
(rebotada por mi buen amigo y compañero de profesión Alfonso Tembrás en una red
social) relacionada con la formación de los educadores sociales en
drogodependencias, la verdad es que he recuperado un viejo asunto pendiente,
que ha llegado el momento de repasar.
Alfonso compartía el vínculo a un
artículo de 2014 escrito por Encarna Bas, una de las profesoras universitarias
en el ámbito de la Educación que más ha trabajado en el ámbito de las
drogodependencias, donde analiza la formación que los educadores y educadoras
sociales reciben en sus carreras universitarias, respecto a este tema. Y el
panorama es bastante desolador: sólo se ofrece formación en este campo en un
25% de las universidades que ofrecen esta titulación, y en dos de ellas (de un
total de 9), esta formación se reduce a temas reducidos y concretos, dentro de un temario
general de otro campo. Además, en 6 de las 9 ofertas, la asignatura es
optativa. Con lo que podemos concluir que la formación universitaria en
drogodependencias de los educadores y educadoras sociales es bastante
deficiente, al menos en lo que se refiere a los estudios básicos (Diplomatura o
Grado).
Pero, partiendo de aquí, he
recordado un viejo artículo de toda una serie de “autoridades” en prevención,
del año 2005, posteriormente reciclado en un trabajo posterior de 2007. Se
titulaba “Cómo el propio consumo de drogas de los mediadores recreativos tiene
implicaciones preventivas” y lo firmaban Calafat, Fernández, Juan y Becoña. El resumen del estudio que hacen (mezclando a
porteros de discoteca con educadores de servicios sociales en la muestra: una
garantía de calidad científica) es que: 1) los mediadores consumen drogas; y 2)
eso hace que estén poco preparados para la tarea preventiva.
Más allá de lo poco serio de la
muestra estudiada (por reducida y heterogénea), y de lo inconsistente de los
resultados hallados, el problema del estudio (por así llamarlo) está en el
planteamiento. Se decide que el consumo de sustancias es la variable
independiente, y todas las demás las dependientes. Ergo todos los supuestos problemas
en la información que poseen, todas las percepciones que tienen de manera cercana sobre los jóvenes con los que trabajan, están tamizados por el hecho de que
consumen sustancias.
Este párrafo, ya en la discusión, por ejemplo, no
tiene desperdicio: “Si bien es verdad que […] frente a diversas cuestiones (por
ejemplo si el cannabis es perjudicial) este grupo de profesionales tiene un
posicionamiento más cercano a las necesidades preventivas, no dejan de estar lejanos
de las pretendidamente ideales de profesionales supuestamente formados que
tienen que realizar una tarea con jóvenes que precisamente tienen o pueden
tener problemas con el consumo de diversas sustancias. Obviamente esto no tendría
relevancia si el consumo privado no influyese en su percepción de los problemas
de los jóvenes y, posiblemente, en su relación con ellos, como de hecho sí
ocurre.”
No, señores, no. Las “pretendidamente
ideales de profesionales supuestamente formados” son las necesidades que
ustedes, desde una posición remota a la realidad, quieren imponer. Y atribuir
al consumo privado la naturaleza de esta percepción es un sinsentido. El
problema de base es que ustedes no han pisado el territorio en mucho tiempo.
Que no han interpretado que los procesos de cambio llevan tiempo, y que imponer
la abstinencia como objetivo de la prevención indicada sigue siendo un error.
Que no entienden que cada persona tiene sus motivos, sus razones, para consumir
o no sustancias. Y que son esas razones, complejas, abiertas, las que hay que
conocer para establecer objetivos realistas. Que el consumo privado es,
precisamente, privado. Y que hay tanta posibilidad de que quien consuma tenga
unas creencias, como de que alguien que ha analizado esas creencias de manera
crítica, haya decidido mantener un consumo sostenible. Es decir, establecer una
relación causal, cuando es muy probablemente bidireccional, es un error de
planteamiento en cualquier estudio que verdaderamente se considere científico.
No es casual que en una gran mayoría de trabajos se interprete que son las
creencias las que determinan el consumo, y no al revés.
Y, en todo caso, señores autores:
no deberían ustedes asociar el supuesto consumo de los mediadores a su manera
de hacer prevención (la profesionalidad supone saber separar unas cosas y
otras), cuando ustedes organizan con cierta periodicidad congresos en los que
se sirve, por ejemplo, alcohol en las cenas de clausura. Y no se puede aludir a
cuestiones gastronómicas precisamente: los de después de la cena no entran
dentro de ese grupo. Sorprende que quieran ustedes disociar alcohol y diversión, con este tipo de prácticas.
Es por ello que los mediadores no
pueden aceptar su estudio como demostración de nada (aparte de la poca
representatividad y los errores de planteamiento); ustedes, para poder entender
QUÉ ES HACER PREVENCIÓN, deberían abandonar sus despachos y bajarse a las
trincheras. Y, quizá, cuando vean lo que hay que ver… modificarían algunas de
sus creencias. Con el riesgo que eso supone para la percepción de las necesidades “pretendidamente ideales”…